El Trastorno por Déficit de Atención (TDA) y el Trastorno por Déficit de Atención e
Hiperactividad (TDAH): ¿Trastornos Diferentes?
José J. Bauermeister, Ph.D.
Instituto de Investigación de Ciencias de la Conducta
Recinto de Ciencias Médicas
Universidad de Puerto Rico
jjbauer@prtc.net
Introducción
El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) se caracteriza por un patrón
persistente de falta de atención o hiperactividad e impulsividad, o ambos, cuya frecuencia
y gravedad es mayor de lo típicamente observado en individuos con un nivel comparable
de desarrollo (American Psychiatric Association, 1994). El TDAH es un trastorno
heterogéneo, es decir, las personas presentan perfiles diferentes de síntomas primarios (p.
ej., en el nivel de actividad), de trastornos asociados, de trasfondos familiares, de cursos
evolutivos y de respuestas al tratamiento. Dada esta diversidad, el TDAH ha sido
tipificado en subgrupos con características clínicas más homogéneas.
En esta conferencia nos proponemos resumir los hallazgos de las investigaciones que han
estudiado grupos tipificados de acuerdo a la presencia o ausencia de hiperactividadimpulsividad.
Estos son los que sólo presentan deficiencias atencionales (denominado
trastorno por déficit de atención (TDA) o TDAH con predominio de déficit de atención) y
los que presentan deficiencias atencionales e hiperactividad-impulsividad (denominado
trastorno por déficit de atención con hiperactividad o TDAH, tipo combinado). En la
medida en que la evidencia científica nos lo permita, quisiéramos dejarlos con la idea de
que un grupo de los niños que reciben el diagnóstico de trastorno por déficit de atención
(TDA) presentan un trastorno diferente al que presentan los niños con el trastorno por
déficit de atención e hiperactividad-impulsividad, tipo combinado (TDAH).
También describiremos las implicaciones que esta visión tiene para la evaluación, el
diagnóstico y el tratamiento de los niños con estas dos condiciones. Pensamos que aun
cuando estos dos grupos de niños no presenten trastornos diferentes, es necesario
establecer objetivos terapéuticos distintos para ellos.
Algunas consideraciones críticas en la definición actual del TDA
Lamentablemente, los criterios disponibles en la actualidad para identificar el TDA se
caracterizan por la imprecisión y por la ausencia de una definición clara del patrón de
síntomas que describe a este trastorno. Estas limitaciones se explican a continuación.
Número de síntomas para el diagnóstico del TDA
En la nosología de la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-IV por sus siglas en inglés; APA, 1994), los criterios para el
diagnóstico del TDA requieren la presencia de 6 o más síntomas de falta de atención y 5
2
o menos de hiperactividad-impulsividad. En contraste, para el TDAH se requiere la
presencia de 6 o más síntomas tanto de problemas de atención como de hiperactividadimpulsividad.
Un punto de corte tan poco discriminatorio, sobre todo cuando la
presencia de síntomas de una u otra clase depende de la interpretación clínica, falla en
distinguir claramente estos dos tipos del trastorno. Además, contribuye a que el TDA
incluya un grupo heterogéneo de niños, es decir, unos que pudieran tener problemas de
atención y ser poco activos y poco impulsivos, y otros con problemas atencionales, pero
casi tan activos e impulsivos como los niños que pertenecen al TDAH. Con los criterios
actuales, es, pues, factible que algunos niños diagnosticados con el TDA (p. ej., aquéllos
con 4 ó 5 síntomas de hiperactividad-impulsividad) sean casos subclínicos del TDAH. Es
necesario tener en cuenta esta posibilidad al interpretar los resultados, a menudo
inconsistentes, en la literatura científica y al momento de hacer un diagnóstico clínico
(Milich, Balentine & Lynam 2001).
Tipos de síntomas de los problemas atencionales
Los resultados de un número reducido de estudios sugieren que los niños con el TDA, o
un grupo de ellos, presentan un problema atencional asociado al Tempo Cognitivo Lento
(TCL; p. ej., perdido en el espacio, lento, sueña despierto) que es diferente al que
presenta el TDAH (p. ej., Barkley, DuPaul & McMurray, 1990; Lahey y colaboradores,
1985,1987). En un estudio con niños puertorriqueños, encontramos que los síntomas de
TCL observados por los maestros en el aula distinguieron correctamente el 75% de los
niños con el TDA y el TDAH, mientras que aquellos observados por las madres
distinguieron correctamente el 71% de los casos (Bauermeister, Matos y colaboradores,
2005). De este tipo de evidencia surge, entonces, la hipótesis de que los síntomas que
verdaderamente definen al TDA son aquéllos asociados al TCL, los cuales no son
utilizados en la actualidad para el diagnóstico de este trastorno.
¿Tres subtipos del TDA?
La discusión anterior nos lleva a plantearnos la posibilidad de identificar niños con un
pseudo-TDA que son en realidad casos del TDAH. Nos plantea también la posibilidad de
identificar niños que no son hiperactivos-impulsivos, pero que presentan problemas
atencionales diferentes: unos caracterizados mayormente por los síntomas de inatención
definidos en la nosología actual y otros definidos mayormente por los síntomas de TCL.
El reto que tenemos los clínicos y los investigadores es tipificar el trastorno en grupos
clínicamente homogéneos, no solamente a base de la presencia o ausencia de
hiperactividad-impulsividad sino de los problemas atencionales que pudieran ser
diferentes. Al presente no sabemos si estos dos grupos de niños con problemas
atencionales diferentes y con niveles bajos de actividad presentan cuadros clínicos
distintos y si son diferentes del TDAH.
Tipo de disturbio atencional
Los niños con el TDA que son identificados cuidadosamente (p. ej., con no más de 3
síntomas de hiperactividad-impulsividad) pueden presentar un disturbio atencional
asociado al TCL, caracterizado por pasividad, lentitud, somnolencia, falta de energía,
confusión, estar “perdido en el espacio” y soñar despierto. Aunque esta disfunción
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atencional puede reflejarse en síntomas tradicionales de problemas de atención (p.ej., no
prestar atención cuando se le habla, ser olvidadizo, perder cosas, etc.), la naturaleza de
los síntomas del TCL sugiere que los niños con el TDA presentan problemas para regular
el estar alerta o vigilante (McBurnett y colaboradores, 2001) o en la atención focalizada o
selectiva (Barkley, 2006). Esta hipótesis también plantea que los niños con el TDAH
presentan problemas en la habilidad para resistir distracciones y sostener el esfuerzo
atencional (Barkley, 2006).
Conclusión basada en la revisión de la literatura
Como señalamos anteriormente, no se puede perder de vista que los niños con el TDA
estudiados en las investigaciones científicas resumidas previamente presentaron con toda
probabilidad problemas atencionales diferentes e inclusive pueden haber sido casos muy
similares al TDAH en cuanto al número de síntomas de hiperactividad-impulsividad que
presentaron. Esta situación limita la interpretación de los hallazgos. Además, muchas de
estas investigaciones adolecen de otras limitaciones metodológicas serias, tales como la
utilización de muestras muy pequeñas.
Milich y colaboradores (2001) han planteado que el TDA y el TDAH pueden
considerarse como trastornos distintos o relativamente independientes en la medida en
que difieren en características esenciales, características asociadas o comorbilidad,
demografía y epidemiología, características neurocognitivas (inteligencia, aprendizaje y
neuropsicología), historial de psicopatología familiar, respuesta a tratamiento y curso
natural y pronóstico. El TDA y el TDAH pueden diferir en sus características esenciales.
Un grupo de niños con el TDA parece caracterizarse por la presencia de un tempo
cognitivo lento. Los dos trastornos difieren en las características asociadas o
comorbilidad. El TDA no presenta un patrón de comorbilidad diagnóstica con trastornos
perturbadores ni con el trastorno bipolar, mientras que el TDAH sí. Los dos trastornos
también difieren en su patrón de interacciones sociales. Los niños con el TDAH tienden
a ser dominantes y controladores en sus interacciones mientras que los que tienen el TDA
tienden a ser más pasivos y retraídos. La prevalencia del TDAH es más alta y la edad de
inicio más temprana, que la del TDA. Estos hallazgos apoyan la distinción de los dos
trastornos.
Los dos trastornos no parecen diferir en características demográficas y neurocognitivas.
No hay suficiente investigación en cuanto al historial de psicopatología familiar,
respuesta a tratamiento y pronóstico. No obstante, la evidencia escasa disponible
apoyaría la hipótesis preliminar de que ambos trastornos difieren en su respuesta a
tratamiento y pronóstico.
Aun cuando la evidencia necesaria para apoyar el planteamiento de que el TDA y el
TDAH son trastornos distintos sea inconclusa, el hecho de que ambos grupos presentan
perfiles diferentes de síntomas y condiciones asociadas tiene implicaciones importantes
para la evaluación, el diagnóstico, el tratamiento y la investigación.
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Implicaciones para la evaluación
Evaluación médica. El niño debe recibir una evaluación médica cuidadosa que permita
descartar otras condiciones responsables de los síntomas de falta de atención o
hiperactividad-impulsividad o identificar aquéllas que agraven los mismos. Por ejemplo,
el trastorno de convulsión de tipo ausencia puede presentar un cuadro de dificultades
atencionales parecido al del TDA.
Evaluación psicológica. Consideramos que es esencial una evaluación psicoeducativa
que examine el nivel de funcionamiento intelectual del niño y sus destrezas de lectoescritura
y matemáticas y que explore, además, la presencia de dificultades emocionales,
motrices y en el lenguaje. Este tipo de evaluación es muy importante dado el nivel alto
de comorbilidad de estas dificultades con el TDA y el TDAH y la necesidad de incluir en
el proceso de tratamiento al psicólogo, al médico (neurólogo, pediatra especializado en el
neurodesarrollo, psiquiatra), al logopeda y al terapeuta ocupacional, según sea necesario.
Es recomendable evaluar también las destrezas sociales del niño.
Para lograr una evaluación abarcadora, como la que aquí se recomienda, es
imprescindible obtener información acerca de las habilidades, el comportamiento y las
dificultades que presenta el niño en la escuela. Esto se facilita cuando el maestro contesta
cuestionarios o escalas diseñadas para evaluar la conducta del niño en el aula.
Finalmente, es necesario identificar los talentos y recursos que presenta el niño, con
miras a resaltar y desarrollar éstos como parte del programa de tratamiento.
Evaluación del ambiente y los recursos de la escuela. Con frecuencia, los niños con el
TDA y el TDAH logran un funcionamiento adaptado en aquellas escuelas que: (1) tienen
un equipo de profesionales preparados para ayudar a estudiantes con estilos de
aprendizaje o de comportamiento diferentes, (2) utilizan métodos de enseñanza
dinámicos, (3) tienen una dirección escolar dispuesta a respaldar los ajustes u otras
estrategias de ayuda que implantan los maestros, y (4) tienen una filosofía de favorecer la
comunicación y el intercambio de ideas entre los maestros, los padres y los profesionales
a cargo del tratamiento del niño y de implantar las recomendaciones de estos
especialistas. Características como éstas pueden ayudar al clínico en su análisis de si el
niño debe continuar o no en la escuela a la que asiste.
Evaluación de la familia. La dinámica y el clima familiar deben ser también evaluados.
Algunos aspectos a incluir son el estrés familiar, la discordia marital severa, las prácticas
de crianza empleadas y la presencia de trastornos psiquiátricos en los padres, sobre todo
el TDA, el TDAH, los trastornos del estado de ánimo y la conducta antisocial. Esta
información es esencial para decidir: (1) el plan de tratamiento del niño, que pudiera
incluir psicoterapia para los padres, la pareja o la familia y (2) si los padres tienen los
recursos psicológicos para beneficiarse de un programa de entrenamiento conductual
dirigido a ellos o para implantar recomendaciones de manejo de conducta del niño en el
hogar.
5
Evaluación del impacto del contexto social en la vida familiar. Muchas familias pudieran
autoimponerse valores culturales demasiado exigentes en los aspectos académicos, entre
otros, lo cual pudiera convertirse en una presión psicológica para el niño. Es lógico
pensar que este tipo de situación llevaría a la familia a experimentar un mayor estrés
relacionado a las dificultades del niño que el que experimentarían si no tuviesen ese nivel
de exigencia. Es necesario evaluar el impacto de este tipo de expectativa sobre la familia
con el propósito de ayudar durante el tratamiento a que se tornen más realistas.
Implicaciones para el diagnóstico
Las diferencias planteadas entre el TDA y el TDAH tienen implicaciones importantes
para el diagnóstico de estos trastornos. Estas implicaciones se resumen a continuación.
1. El TDA debe diagnosticarse integrando síntomas de inatención con los de TCL. Estos
últimos (confuso, como en las nubes; soñoliento; letárgico; se pierde en sus propios
pensamientos o sueña despierto; poco activo, lento para sus cosas o falto de energía)
pueden ayudar a distinguir mejor a los niños con el TDA de aquellos con el TDAH.
2. La diferenciación del TDA y el TDAH se logra limitando los síntomas de
hiperactividad-impulsividad a no más de tres. Cuando 4 ó 5 síntomas de este tipo están
presentes en unión a 6 o más síntomas de inatención, se podría tratar de un caso
subclínico del TDAH, es decir, un pseudo TDA.
3. El criterio de edad de inicio del trastorno antes de los 7 años no debe ser aplicado
estrictamente al TDA, ya que los problemas con la atención tienden a ser más
disfuncionales a medida que las demandas cognitivas en la escuela primaria y
secundaria aumentan.
4. En comparación con los niños con el TDAH, los que presentan el TDA tienden a ser
hipoactivos y a no presentar diagnósticos de trastorno negativista desafiante, disocial o
problemas de comportamiento agresivo. No obstante, fuera del aula, los niños con el
TDA no necesariamente son hipoactivos. El patrón de somnolencia, letargo y
regulación insuficiente de la habilidad para estar alerta se observa mejor cuando el
niño tiene que involucrarse en actividades pasivas, cumplir con los quehaceres del
hogar o llevar a cabo tareas cognitivas complejas. Además, estos niños presentan
conductas que son percibidas por los educadores y los padres como negativistas o
desafiantes. Esta percepción está asociada probablemente a su estilo atencional,
lentitud y pasividad al momento de requerirle que haga tareas escolares, quehaceres en
el hogar, asearse, vestirse, etc. (Bauermeister, Matos y colaboradores,2005).
5. Al igual que con el TDAH, es necesario distinguir entre personas que presentan el
TDA de aquéllas que presentan un cuadro clínico de trastorno depresivo mayor,
trastorno distímico o de ansiedad, sin olvidar que el TDAH y el TDA pueden coexistir
con estos trastornos. La obtención de un historial de desarrollo cuidadoso que incluya
información familiar y escolar relevante, el conocimiento preciso del cuadro de
síntomas de cada uno de estos trastornos, así como su manifestación en diferentes
etapas del desarrollo por parte del profesional, y una sólida formación clínica son
esenciales para lograr esta diferenciación diagnóstica.
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6. Es importante distinguir entre los síntomas del TDA y los síntomas de enfoque
excesivo o sobreenfoque propios del espectro de los trastornos generalizados en el
desarrollo (p. ej., autismo infantil, Asperger) o trastornos en el pensamiento (p. ej.,
esquizofrenia infantil) tales como alejamiento afectivo, movimientos motores
estereotipados, concentración excesiva o preocupación absorbente e interés fascinante
en estímulos particulares.
7. Al igual que los niños con el TDA, aquellos con inhabilidades específicas en el
aprendizaje típicamente presentan dificultades atencionales en el aula y al momento de
estudiar, pero no necesariamente durante otras actividades (p. ej., al vestirse, al comer,
etc.). Este tipo de observación puede ayudar en el diagnóstico diferencial de ambas
condiciones, que también pueden coexistir.
8. Igualmente, los síntomas asociados a pérdida auditiva, a trastornos en el lenguaje
receptivo, trastornos de procesamiento auditivo o de comprensión auditiva pueden
confundirse con los del TDA. Es importante, por lo tanto, descartar estas condiciones
mediante las evaluaciones correspondientes con el audiólogo o el logopeda. El niño
con el TDA comprende adecuadamente una vez está prestando atención, cosa que el
niño con problemas auditivos no necesariamente puede hacer.
9. Las subpruebas de las diferentes versiones de la Escala de Inteligencia Wechsler para
Niños y las pruebas neuropsicológicas, incluyendo las de ejecución continua, no deben
utilizarse para el diagnóstico diferencial del TDA y el TDAH. Aunque estas pruebas
proveen información importante, carecen de precisión diagnóstica para estos fines. El
por ciento de falsos positivos y falsos negativos es demasiado alto como para utilizarse
en el trabajo diagnóstico (véase Doyle, Biederman, Seidman, Weber & Faraone, 2000).
10. Es recomendable darle un peso mayor a la evaluación que hacen los maestros de los
niveles de problemas de atención e hiperactividad del niño que a la de los padres.
Estos últimos no siempre están en posición de evaluar estas conductas con relación a lo
esperado para la edad o a la etapa de desarrollo del niño.
Implicaciones para el tratamiento: Principios generales
Las semejanzas y diferencias previamente resumidas permiten identificar componentes
que deben estar presentes en el tratamiento del TDA y del TDAH. A continuación se
resumen algunos principios generales para el tratamiento de estas dos condiciones.
1. Los padres y maestros deben ser ayudados a aceptar al niño como es y no como
quisieran que fuera. Cuando se logra esta aceptación, se facilita seguir programas de
tratamiento de forma consecuente e implantar recomendaciones.
2. El programa de tratamiento debe ser individualizado de acuerdo al patrón de síntomas,
trastornos comórbidos (p. ej., trastorno depresivo, trastornos en el lenguaje, dislexia,
etc.) y fortalezas del niño identificados en la evaluación. Las debilidades y fortalezas
de la familia y la escuela, así como el impacto del contexto social, deben también
tomarse en consideración.
3. El tratamiento, en la gran mayoría de los casos, debe ser multidisciplinario, en donde
interviene el médico, el psicólogo, el educador, el terapeuta del lenguaje, etc.
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4. El tratamiento más eficaz es aquél que se implanta en los escenarios importantes en
donde el niño se desenvuelve a través de intervenciones psicosociales, medicación o
ambas.
5. El tratamiento debe estar dirigido a fortalecer la autoestima del niño, a estimular una
comunicación efectiva entre él, sus familiares y maestros, a facilitar los procesos de
autorregulación, a incrementar su aprendizaje escolar, a mejorar las destrezas sociales
y eventualmente a aceptar y manejar por sí mismo la condición.
6. La intervención psicosocial tiene dos modalidades principales: (a) educación a los
miembros de la familia, con miras a incorporarlos en el diseño e implantación del
tratamiento, y (b) terapia y manejo de la conducta en el hogar y en la escuela.
7. De las intervenciones psicosociales, la terapia conductual clínica ha demostrado ser la
más eficaz para el TDAH en investigaciones científicas (Pelham, 2002). Este tipo de
tratamiento debe incluir educación a los padres y maestros en cuanto al TDA y TDAH;
entrenamiento a los padres o los maestros, o a ambos, en la implantación de estrategias
de manejo conductual; y consultoría a los maestros y al personal escolar. Las
investigaciones más recientes demuestran que los efectos de estas intervenciones se
enriquecen si se incluye la enseñanza de estrategias cognitivo-conductuales (p. ej.,
pasos a seguir para solucionar problemas, cómo usar claves, estrategias de mediación
verbal para focalizar y sostener la atención, entre otras) (Pelham, 2002; Pfiffner &
McBurnett, 1997).
8. El tratamiento farmacológico más efectivo, sobre todo para el TDAH, es el que utiliza
medicamentos psicoestimulantes de actuación prolongada durante el día, a través de
mecanismos de secreción sostenida. La atomoxetina (Strattera), un nuevo
medicamento no-estimulante, también ha demostrado ser efectiva para el tratamiento
tanto del TDA como del TDAH. Este medicamento es un inhibidor selectivo de
recaptación de norepinefrina.
9. Los efectos de la terapia conductual clínica sobre los síntomas del TDAH y sobre los
patrones de conductas negativistas y agresivas asociados a este trastorno, no son tan
robustos como los efectos del tratamiento farmacológico con psicoestimulantes
(Pelham, 2002).
10. Es muy importante estimular la participación activa de los padres en grupos cuyos
objetivos sean educar y apoyar.
Implicaciones para el tratamiento diferencial del TDA y del TDAH
La terapia conductual clínica, según definida anteriormente, es necesaria para el
tratamiento del TDA y del TDAH. Los niños con el TDA son pasivos, poco activos e
inhibidos mientras que aquellos con el TDAH son hiperactivos, desinhibidos e intensos.
Esta diferenciación lleva a establecer como objetivo terapéutico el facilitar la
desinhibición en el TDA y los procesos de inhibición en el TDAH. Este planteamiento es
importante para los niños con el TDA ya que a menudo, al no presentar un
comportamiento perturbador, no reciben tratamiento alguno o son referidos tardíamente
al mismo.
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Nivel de actividad. En el hogar, los niños con el TDA deben ser estimulados y reforzados
para que sean más activos, demuestren más iniciativa en sus interacciones sociales y
respondan con mayor prontitud. Es necesario ayudarles a identificar actividades de
recreación, pasatiempos y deportes que sean de su disfrute y reforzar su participación en
estas actividades. De ser necesario, se debe restringir el tiempo de ver televisión o de
estar involucrados únicamente en juegos electrónicos y estimularlos a salir de la casa y a
compartir con otros niños en el vecindario. Los niños con el TDAH, en cambio, deben
ser ayudados y reforzados para canalizar adecuadamente su actividad por medio de
pasatiempos y deportes, y a regular la misma en los momentos y contextos que es
necesario (al cenar, en lugares públicos, etc.).
En la escuela, los maestros deben perseguir también estas metas. Los niños con el TDA,
por ejemplo, deben ser reforzados por participar más en las actividades docentes del aula,
tales como contestar preguntas e involucrarse en la discusión de la clase. En contraste,
aquéllos con el TDAH deben ser estimulados y reforzados por esperar su turno, por
escuchar con cuidado las instrucciones y no actuar impulsivamente.
Trabajo escolar. Las escuelas deben hacer modificaciones en sus prácticas y
procedimientos para atender las necesidades de los niños con el TDA y TDAH. Ambos
tipos de niños necesitan ser reforzados activa y frecuentemente por mejorar su trabajo
escolar. En el hogar, los padres deben enseñar y reforzar las actividades rutinarias
necesarias para hacer las tareas escolares, tales como anotar éstas, traer los cuadernos y
demás materiales escolares, establecer un horario para el periodo de estudio, terminar las
tareas y entregarlas al maestro.
De igual manera, en el aula, los maestros deben reforzar el entregar las tareas escolares,
tener los materiales necesarios para comenzar un trabajo, empezar éste y mantenerse en el
mismo hasta completarlo. Es sumamente importante que los maestros cotejen si el niño
anotó las tareas asignadas y fechas de exámenes, de entrega de proyectos especiales, etc.
Es de mucho valor usar una hoja de informe escuela-hogar de trabajo diario, en donde los
maestros evalúan periódicamente y comunican a los padres el comportamiento y el
desempeño del niño en el aula. De esta manera, los padres pueden reforzar el esfuerzo y
los logros obtenidos durante el día escolar. Varios autores han desarrollado o recopilado
recomendaciones para facilitar las conductas antes descritas en el aula (Bauermeister,
2002).
Destrezas sociales. Los niños con el TDA y el TDAH necesitan mejorar sus destrezas
sociales y aumentar su sentido de competencia personal, pero con énfasis diferentes. Los
niños con el TDA necesitan desarrollar destrezas para ser más autoafirmativos, para hacer
amigos, para unirse a un juego, etc. Aquéllos con el TDAH necesitan desarrollar
destrezas para autocontrolarse, para mantener amigos, para ignorar o no sobrereaccionar
a burlas, etc. Estas destrezas pueden desarrollarse por medio de explicaciones, ensayos
conductuales o juego de roles, práctica en vivo, etc., como parte de un programa de
modificación conductual en el que estén también involucrados los padres o maestros.
Esta involucración de los adultos ha demostrado ser importante para el éxito de este tipo
de programa (Pfiffner & McBurnett, 1997; Pfiffner, comunicación personal, nov., 2006).
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Medicación. La evidencia científica disponible en cuanto a la eficacia del uso de la
medicación estimulante en el tratamiento de los niños con el TDA indica que un por
ciento más alto de éstos no responde al medicamento en comparación con aquéllos con el
TDAH. Los que responden lo hacen a una dosis más baja (Barkley et al., 1991).
La experiencia clínica es consistente con los resultados de Barkley y colaboradores
(1991), es decir, la respuesta de los niños con el TDAH al metilfenidato se observa con
más facilidad y está definida más claramente. No obstante, los niños con el TDA pueden
beneficiarse de esta modalidad de tratamiento, por lo que es necesario considerar y
examinar su efecto terapéutico. Otros medicamentos que han demostrado su eficacia
para reducir síntomas de inatención en niños con el TDA son atomoxetina (Strattera) y
anfetamina-dextroanfetamina (Adderall) (Bauermeister y colaboradores, 2003). Es
recomendable que los padres y maestros tengan una expectativa realista en cuanto a los
cambios favorables que puedan observarse en el niño como resultado de la medicación,
con miras a no desanimarse y descontinuar el tratamiento al no detectar cambios
dramáticos en su comportamiento.
Implicaciones para la investigación
Como se desprende de este capítulo, es necesario realizar investigaciones adicionales
sobre el TDA en las cuales se usen criterios diagnósticos bien definidos y con muestras
amplias. Estas investigaciones podrían reafirmar la distinción de estos dos trastornos,
identificar las estructuras y procesos neurobiológicos subyacentes, guiar la decisión en
cuanto a en qué grupo amplio de trastornos se debe ubicar el TDA y ayudar a diseñar
programas de tratamientos psicosociales y farmacológicos.
Conclusión
Hemos resumido los hallazgos de las investigaciones que han estudiado el TDA y el
TDAH. Basándonos en la evidencia científica disponible, desarrollamos y sustentamos la
idea de que un grupo de los niños que reciben el diagnóstico del TDA presentan un
trastorno diferente al que presentan los niños con el TDAH. Además, describimos las
implicaciones que este planteamiento tiene para la evaluación, el diagnóstico y el
tratamiento de los niños con estas dos condiciones, incluyendo algunas consideraciones
para el tratamiento diferencial de las mismas. Se necesitan más investigaciones que
confirmen los hallazgos encontrados hasta el momento y que arrojen luz sobre algunos
asuntos que permanecen en controversia. No obstante, la evidencia acumulada hasta
ahora sugiere la necesidad de revisar y actualizar nuestras concepciones acerca del déficit
de atención con y sin hiperactividad, así como de asumir una postura flexible y un
acercamiento crítico al trabajar con niños que presentan las características alusivas a estas
condiciones. De ello dependerá, en gran medida, la eficacia de nuestros esfuerzos por
proveer ayuda a estos niños y a sus familias.
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